La política clásica frente a la política moderna
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Los grandes literatos de la República Romana y del posterior Imperio, en general aquellos que constituían la intelectualidad de la sociedad romana, formaron también parte principal del gobierno romano, de su establishment político. La alta cultura de Roma coincidía con el gobierno de Roma. Catón, Cicerón, Varrón, Salustio, César, Nepote, Babrio, Veleyo Patérculo, Séneca, Tácito, Quintiliano, Suetonio, Arriano, Eutropio, Amiano Marcelino, Aurelio Víctor, Celio Antípatro, Rufino Festo, Pomponio Mela, Plinio, Macrobio, etc, formaron parte fundamental del gobierno de Roma. Diríase que la identificación entre Cultura y Gobierno era total. El Estado Romano fue un estado hegeliano. Hoy esto ha cambiado mucho. Como diría San Agustín, “Surgunt indocti et rapiunt caelum”. Salvo algunas excepciones, cultura y política no coinciden nunca hoy en España.
Todos los grandes Estados – y la mayor parte de los pequeños - que en el mundo han sido estuvieron pilotados por la intelectualidad del momento: la Atenas de Pericles, Roma, el Imperio Chino, el Imperio Carolingio, las Repúblicas italianas del Renacimiento, el Imperio Español, el Imperio Portugués, la Francia de Luis XIV, la Revolución Americana, la Revolución Francesa, el Imperio Británico, el Imperio Francés, el Imperio Alemán, la Revolución Rusa, el Fascismo Italiano, la IIª República Española y hasta los 39 años de franquismo. Es verdad que durante los primeros años de la llamada Transición importantes cargos del Gobierno, del Estado, del Poder Legislativo y del Poder Judicial estuvieron en manos de intelectuales, “de hombres que escribían muchos libros, algunos importantes”, pero en la actualidad no hay un solo ministro – quizás sólo el astronauta por sus amplios conocimientos científicos y el Ministro de Cultura, Guirao – y, desde luego, ningún parlamentario – o tres o cuatro – que puedan llamarse propiamente intelectuales. Vade retro, omni doctrina praedite!
Aristófanes llamaba a la Democracia sin intelectuales en su gobierno, “régimen de salchicheros”, debido al oficio que tenía un afamado demagogo iletrado que lideró durante años el partido demótico. Hoy España es un régimen de salchicheros. O quizás el problema sea distinto. En los regímenes citados anteriormente la intelectualidad, además de una gran competencia técnica, estaba animada por un incuestionable espíritu patriótico. Y hoy la intelectualidad “intra regnum” tiene deseos disolventes y suicidas, y sus intereses no coinciden con los intereses de la Nación. Lo mismo que podría pasar en nuestra España también pasa en otro lugares, como en los mismos EEUU. Como ha puesto de manifiesto Hermann Tertsch en el ABC del 15 de enero, “son las elites académicas de EEUU, que desde hace medio siglo salen de las universidades intoxicadas por la escuela de Francfort para servir en la administración, las finanzas, la política, los medios y las instituciones las que con extrañeza trabajan contra los sagrados intereses de la Nación”.
La verdad es que, sopesando una cosa y la otra, es peor tener intelectuales antipatriotas – v. gr. los discípulos de Marcuse y Adorno - en el Estado y en el Gobierno, que no tenerlos en ningún sentido, como es el caso español, según barrunta este humilde servidor. A nuestros políticos hace tiempo que ya no les interesa los creadores de pensamiento político que actualicen los grandes principios y valores que fundamentan - y justifican – la ideología de Partido, sino los expertos en tecnología de mercado, capaces de barruntar por dónde van los aires de los gustos sociales, como si esos gustos no hubiesen sido programados previamente por otras instancias de pensamiento político y siempre por intereses económicos. Así, hemos visto con demasiada frecuencia que el político que abrazaba la novedad, dejándose seducir por el atractivo que todo ignorante siente ante lo nuevo (“novitas”), estaba realmente abrazando al adversario, y metiendo en su reino un Caballo de Troya especialmente deletéreo. El Partido Popular ha sufrido esta invasión del ideario ajeno en el último decenio, aunque ahora intenta recuperarse limpiando sus establos de Augias ideológicos. Ningún Partido bien cuajado puede vender sus productos a todos los clientes. Y si persiste en venderlos a todos, universalmente, su producto no valdrá nada para nadie.
Por otro lado, la honestidad intelectual supone la sumisión completa a la razón, y ésta es la principal causa por la que los intelectuales tienen poco poder o ningún poder en los partidos políticos. Por ello, la aparición de intelectuales en la Convención Nacional del Partido Popular de este fin de semana es otro signo fresco y esperanzador sobre los cambios proficuos que la nueva dirección del Partido quiere hacer. Carlos Rodríguez-Braun, Johan Norberg, Mario Vargas Llosa o Inger Enkvist son buenos ejemplos de esta apuesta por el pensamiento libre. Un pensamiento que sabe que lo que más necesita el hombre en el mundo es vivir por su propia voluntad, aunque esta voluntad sea estúpida. En el fondo del alma humana vive la indestructible demanda y el eterno sueño de vivir según la propia voluntad. Es verdad que el intelecto político de altura puede traer la salvación, y quizás también la destrucción, pero siempre es mejor el movimiento, aunque entrañe peligros, que el estancamiento, que un barco varado al pairo de la Historia.